Escritos artísticos

Querido Neruda:
No me gusto callada, ni sumisa ni ausente.
 Y si a ti eso te gusta, es que quieres mi muerte.
 Te pretendes piropo, te pretendes poesía, y yo te digo vida mía, que tan solo te mientes.
 Es poder, no es amor No describes, prescribes ¿Es halago o petición? ¿
Me trasmites el deseo de mi propia aniquilación?
 No te das cuenta mi amor Que aunque quisiera complacerte, no es mi labor.
Si con ello cediera, destruiría mi voz,
 ¿como podría entonces seguir siendo yo?

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No podía dejar de mirarla. Aún cuando trataba de disimular cada vez que ella, girando su mirada hacia un lado, trataba de indicarle en un gesto de tímida complicidad que era consciente de su profundo ensueño y la abrumaba. En ese momento,sucedía como cuando se despierta de un ensoñamiento, y vuelves a la realidad. Era inconsciente, como cuando te sientas en una mesa y te colocas cerca de quién más te gusta. Sucedía sin planificar, como un imán contra el cuál hay que luchar para no ser completamente absorbido, como esa arena movediza que te traga sin que puedas manejar. Ni siquiera sabía explicarlo, ni comprenderlo. ¿Curiosidad? ¿Misterio? Algo en esa mirada le hipnotizaba. Sentía como si ella, y solo ella traspasara el umbral de sus ojos, y su cuerpo, y le estuviera observando el alma. Nunca se había sentido tan fascinado. Así, había empezado una historia en la que llevaba envuelto años. Era una relación de lo más extraña. Mística. Hablaban con miradas, gestos,jamás cruzaron palabra. Habían construido un mundo y lenguaje propios, que solo ellos comprendían. Hasta que un día


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 Jueves 14 enero, 18:00, Cádiz. La brisa marina soplaba con frío a pesar de ser uno de los lugares más templados durante el invierno. Paula se dirigía a tocar el violín. Tenía 18 años. Estaba radiante a pesar del agotamiento mental y físico por la multiactividad que mantenía. Le encantaban aquellas tardes de ensayo. Desde que sonó el despertador a las 07:05, empezaba a entusiasmarse con el momento de tocar. Le apasionaba la música y soñaba con ser una gran artista que pudiera vivir de sus conciertos. Ese año tenía la selectividad, y debía elegir una carrera universitaria. Sus padres, aunque divorciados, coincidían en insistirle en la importancia de un futuro profesional estable, una carrera "con salida". -Me voy al ensayo. Dijo Paula mientras pasaba por el recibidor donde se encontraba su madre frente al ordenador. Marian, la madre de Paula, era escritora, y como si estuviera emergiendo de las profundidades de un océano que la mantenía obnubilada, exclamó: mm.. ¿Cómo cariño? Perdona, ¿qué has dicho? ¿Ya te vas? Paula dio un beso a su madre y salió alegre a su ensayo. Mariam comprendía muy bien a la artista que veía en su hija, sabía de su entusiasmo y su perseverancia, pero sobre todo compartía ese fuego que encendía su mirada cuando Paula sentía su música. A ella le sucedía otro tanto con la escritura. Su mundo de fantasía. Ese amor por el arte. Qué difícil es todo, pensó.

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 Marta estaba cansada de buscar empleo, había estudiado derecho con la idea de luchar por las causas justas. Ya en la carrera, Marta había pensado que las leyes no estaban bien hechas, que en la mayoría de los casos, la ley estaba hecha favoreciendo un perfil social acaudalado, aun así, siempre consideró que también era un instrumento útil contra el atropello, y que ella podría trabajar en aquellos casos en los que se lucha en favor del débil frente al poderoso. En algunas de las películas de Estados Unidos, ella veía ejemplos de que en ocasiones, la justicia podía triunfar frente a los grandes criminales, y magnates de guante blanco. Con el tiempo, eso le empezó a parecer que sólo sucedía en esas películas, o que los casos eran tan escasos, que precisamente por ello, era una historia digna de ser contada. Sin embargo, la mayor decepción de Marta, era que ni siquiera podía permitirse el lujo de trabajar en lo que había estudiado. Había pasado meses enteros buscando alguna oportunidad como abogada en un bufete, pero desesperada, finalmente solicitó empleo en otro sector: Auditoría empresarial. Esa misma tarde tenía la entrevista, se empezó a poner algo nerviosa mientras se preparaba, por su mente iban chocando y flotando todas las dudas e inquietudes sobre su candidatura laboral. Necesitaba trabajar, tenía 26 años, ya necesitaba independencia, la idea de ganar autonomía vital era tan atrayente, que se había convertido en indispensable. Necesitaba respirar, tener control sobre su vida, permitirse tomar decisiones en la construcción de su vida adulta, pero algo en su interior la reconcomía: ¿Cuál era el precio que había que pagar? ¿Le gustaría el trabajo de auditora? ¿Cómo podría trabajar solo con una motivación económica? ¿No era ese trabajo todo lo contrario por lo que ella había estudiado derecho? ¿Sería capaz de realizar una labor que no consideraba fiel a sus principios? Realmente, toda auditoría no era infiel necesariamente, pero lo que ella conocía le indicaba a pensar que la auditoría era una especie de policía buena y sobornable, que ayudaba al pez gordo a no cumplir estrictamente con la legalidad compartiendo cierta responsabilidad cómplice. Eso no lo podría decir en la entrevista.. A medida que lo iba pensando sentía como sólo aquel proceso ya representaba una traición a sí misma. ¿Lo notarían? Si notaban algo de su pensamiento, no la cogerían, tendría que aparentar que le entusiasmaba la idea de trabajar ahí.. pero ¿realmente quería conseguir el trabajo? Una frustrada sensación de impotencia dibujó una mueca en su rostro y suspiró mientras se dejaba caer resignada sobre la cama de su cuarto. ¿Acaso podía elegir?


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