4 de octubre de 2018

El muro

Se quedó un largo rato sumergida en sus pensamientos. Se había rendido. Hay barreras infranqueables que no pueden derribarse ni con la mejor de las intenciones. La comunicación es ese proceso complejo que requiere de un esfuerzo de ambas partes. Quién no está dispuesto a recibir, no recibe los mensajes que se le envían. Es como la frustración política de los marxistas explicando el sistema capitalista a la clase trabajadora. Así sea una explicación pluscuamperfecta del proceso de alienación del sistema de producción, se sienten libres y hasta triunfantes. Qué duda cabe de que es extremadamente reconfortante creer en el propio mérito. Un alimento para la concepción que se tiene de una misma. Tan complicado como eso. Como conseguir que alguien mire su situación privilegiada, esa que haría tambalear su propia autoestima construida sobre una idealización de sí misma. Un disparate. Una aventura arriesgada en una sociedad profundamente enferma y hambrienta de verdadero afecto. Tan difícil como señalar el machismo normalizado. Misma dinámica. Percibir que el logro, ese que te infla de orgullo y satisfacción, puede verse cuestionado, dispara de manera automática el recelo, la defensa airada, y la construcción del que osa señalarlo, en ese mounstruo despreciable. ¡Qué hambre y que sed! Qué insaciable necesidad de sucedáneos, que ocultan la implacable malnutrición. Invadidos de miedo, escondidos en un disfraz que no nos cubre. Capas y capas de pintura para tapar nuestro verdadero ser. Huidas y escondites de silencio, de inventos, de artificios que consigan engañar incluso, a nosotros mismos. En esos casos, solo el arte puede atravesar la censura inconsciente y trasmitir un mensaje. Burlando las defensas, robando la atención



No hay comentarios:

Publicar un comentario